La cadencia imperfecta
A diferencia de la música, en el caso de las artes plásticas el ritmo es el encargado de generar los matices y las jerarquías a partir de la organización de elementos como el color, el espacio, la forma y la textura. En ese sentido, la presente exhibición fue concebida como una caja de resonancia, en donde cada obra es una nota que resuena ante la mirada de quien la recorre. En esa caja hay distintas melodías. Algunas hablan de espacios liminales y solitarios y de ausencias. Otras hablan del deseo y de aquellas fantasías que lo estimulan. Algunas melodías se anclan en la historia y en las tradiciones para repensarlas y reconfigurarlas. Mientras que otras se interesan por los acontecimientos o la velocidad con la que se sucede la vida. No se trata por lo tanto de un conjunto regular de intenciones comunes, sino más bien de una cadencia imperfecta. Los intervalos, variaciones y tensiones entre una obra y otra, entre obra y espectador, hacen que el recorrido nunca sea de la misma manera. Por otro lado, cada obra es un mundo que espera un acontecimiento: el encuentro con el espectador en un contexto determinado. La obra espera ese momento para independizarse y ser mediatizada por nuevas lecturas, más allá de la fuerza primitiva que moldeó su materia.
Podríamos decir entonces que la obra de arte es una materia-tiempo que ejerce una influencia en su entorno pero en la que también impactan los fenómenos externos. Así, todo lo orgánico e inorgánico está conectado por una especie de hilo invisible, el ritmo: aquella fuerza natural, dinámica y organizativa de las cosas. El ritmo que hace fluir a la materia y la transforma a lo largo del tiempo, como esas pulsiones, ausencias y actos que reverberan en los cuerpos y que marcan el transcurrir de la vida.
Texto Curatorial – Sofia Jacky Rosell